martes, 28 de agosto de 2012


Jamás pensó sentirse así.
Era de las personas que aborrecen las películas románticas, las películas dramáticas, esas en las que las parejas se dan un largo beso bajo la lluvia, o en las que ella se sube al avión y él sabe que no la ve nunca mas en su vida...
¿Quién iba a decir que un viaje compartido en taxi, iba a ser el comienzo de todo?
¿Quién iba a decir que ese mensaje tímido, pero cálido, en el contestador, iba a culminar en una salida de Viernes?
O aquella charla que iba a terminar por convertirlo en un pibe (o en un hombre) nuevo...
¿Quién iba a decir que una sonrisa de ella iba a bastar para salvarlo de toda su locura?
¿Quién iba a decir que alcanzaba con contemplarla dormir para que las ideas confusas y borrosas, que le atormentaban la cabeza y le oprimían el pecho, se fueran como si nunca hubiesen estado ahí?
¿Quién iba a decir que en cada encuentro, el tiempo parecía detenerse y que los minutos se convertían en horas, como salidos de una ficción?
Y quién iba a decir que todo terminaría con ese último beso interminable, bajo la lluvia, (idéntico a los que toda su vida había detestado), entre discusiones sin sentido, reproches, llantos, palabras de amor que prometían eternidad, y ella, subiéndose a ese avión, con él abajo mirando la escena y, sabiendo, seguramente con certeza, que no la iba a volver a ver nunca más...
Nunca nadie se animó a decirle que, muchas veces, los finales felices son de película.

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