Jamás pensó sentirse así.
Era de las personas que aborrecen las películas románticas, las películas dramáticas, esas en las que las parejas se dan un largo beso bajo la lluvia, o en las que ella se sube al avión y él sabe que no la ve nunca mas en su vida...
¿Quién iba a decir que un viaje compartido en taxi, iba a ser el comienzo de todo?
¿Quién iba a decir que ese mensaje tímido, pero cálido, en el contestador, iba a culminar en una salida de Viernes?
O aquella charla que iba a terminar por convertirlo en un pibe (o en un hombre) nuevo...
¿Quién iba a decir que una sonrisa de ella iba a bastar para salvarlo de toda su locura?
¿Quién iba a decir que alcanzaba con contemplarla dormir para que las ideas confusas y borrosas, que le atormentaban la cabeza y le oprimían el pecho, se fueran como si nunca hubiesen estado ahí?
¿Quién iba a decir que en cada encuentro, el tiempo parecía detenerse y que los minutos se convertían en horas, como salidos de una ficción?
Y quién iba a decir que todo terminaría con ese último beso interminable, bajo la lluvia, (idéntico a los que toda su vida había detestado), entre discusiones sin sentido, reproches, llantos, palabras de amor que prometían eternidad, y ella, subiéndose a ese avión, con él abajo mirando la escena y, sabiendo, seguramente con certeza, que no la iba a volver a ver nunca más...
Nunca nadie se animó a decirle que, muchas veces, los finales felices son de película.
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