[ Esa noche me enamoré con toda la pasión y el atolondramiento del primer amor. Diego Domínguez me conducía con mano firme por la pista de danza, mirándome intensamente y casi siempre en silencio, porque sus intentos de entablar diálogo se estrellaban contra mis respuestas en monosílabos. Mi timidez era una tortura, no podía sostener su mirada y no sabía donde poner la mía; al sentir el calor de su aliento rozándome las mejillas, se me doblaban las piernas; debía luchar desesperadamente contra la tentación de salir corriendo y esconderme bajo alguna mesa ]
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